sábado, 19 de enero de 2008

Disfraces

Los primeros rayos de sol secaban su suave piel. Otro día más, despertaba. Llevaba años haciendo lo mismo, en el mismo solitario lugar. Compartía un espacio enorme con miles de su misma especie. A pesar de ello, la pasividad en sus vidas justificaba el territorio ocupado.


A diferencia de otros individuos del entorno, no marcaban su territorio, ni tan siquiera lo defendían. La vida transcurría sin más.

Un fuerte estruendo hizo que perdiera el equilibrio y pasara a territorio vecino. Una criatura gigantesca irrumpió en su espacio natural. Jamás había visto algo así. Era totalmente diferente a ella. Podía desplazarse de forma voluntaria, sin que ninguna fuerza lo empujara, tenía 4 patas y corría sobre dos de ellas. No estaba recubierto de pelo salvo en la cabeza. Emitía constantes ruidos que no llegaba a identificar. La criatura no dudaba en avanzar destruyendo todo aquello que encontraba a su paso sin tan siquiera, dedicar un segundo para volver la vista atrás y contemplar la desolación creada. Los gritos ahogados de sus compañeras le alarmaron.

Un escalofrío recorrió su uniforme cuerpo. Nada podía hacer para escapar, nadie podía escapar. Entonces pasó. El contacto con la tierra húmeda se truncó, de forma instantánea su hueco fue ocupado. Estaba mareada por la altura de la nueva perspectiva. Aterrada, en pocos segundos la vida paso por su cabeza. Desde siempre había estado allí. No recordaba como había llegado a aquel lugar. El mismo día se había repetido eternamente: los primeros rayos de sol secaban su superficie, el aire la limpiaba y erosionaba con paciencia, algunas gotas de agua la humedecían esporádicamente por el contacto con otros seres y la noche llegaba dejando lugar a lluvias matutinas que despertaban los olores. La fuerte presión que ejercía sobre ella la mano de la criatura, la trajo a la realidad. Con un brusco movimiento, la arrojó fuerte desprendiéndose de ella. La velocidad la hacía girar al tiempo que su cuerpo entraba en contacto con el agua de forma intermitente. Iba perdiendo velocidad y cada vez se sentía más mojada y menos ella. Su último intento de socorro se difundió en forma de ondas por el lago. La voz de la criatura le llegó entonces de forma clara:

¡Papá mira, esta vez si que te gané! ¡Conseguí llegar casi hasta el centro del lago!

El peso la empujaba hacia el fondo, la luz se desvanecía con la caída y la oscuridad la engulló.

Alicante enero 2007


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